Acerca de este artículo
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Desde la restauración
capitalista en la antigua URSS y los países del bloque del Este entre finales de los años
80 y primeros 90, los argumentos contrarios a la posibilidad de una economía
socialista planificada eficiente han pasado a ser hegemónicos incluso entre
amplios sectores de las fuerzas políticas y de los científicos sociales
comprometidos con el cambio social emancipador3. Estos argumentos, que tienen su origen en la reacción de los
círculos académicos y políticos más conservadores al ascenso revolucionario del
periodo de entreguerras en el pasado siglo, se reducen a sugerir que la única
forma posible de cálculo económico racional es la que proporciona el mercado a
través del dinero y la formación espontánea de precios, por lo que, en ausencia
de éstos, la eficiencia de un sistema socialista quedaría irremediablemente
lastrada; o en otras palabras, la propiedad privada de los medios de producción
–que implica la producción mercantil, y por tanto también el capital (el valor
que se valoriza, esto es, la autoexpansión de las inversiones)– sería condición
necesaria para la racionalidad económica. Paradójicamente, el dominio
prácticamente absoluto de estas ideas incluso en la izquierda se produce cuando
el desarrollo técnico en los campos de la informática, las telecomunicaciones y
la inteligencia artificial permite por primera vez en la historia una completa
y genuina contabilidad económica socialista (esto es, una contabilidad sin
mercado y sin dinero) que amplía formidablemente las posibilidades de la
planificación económica.
Con el fin de contribuir a reabrir el debate sobre las
posibilidades del socialismo en la actualidad proponemos en este artículo un
modelo de economía planificada basado en las ideas de Marx y que aspira
a ser superior a la organización capitalista de la actividad en un doble plano:
i) el económico, por su mayor
capacidad para desarrollar las fuerzas productivas, al permitir asignar los
recursos de un modo más eficiente, rápido y flexible que el mercado, sin
derroches materiales, desempleo y crisis; ii) el democrático,
al permitir el control social de la producción orientando el desarrollo
económico hacia metas libremente elegidas por el conjunto de la sociedad,
conforme al principio de igual poder de decisión para todos los individuos
(frente a la plutocracia capitalista, que subordina el cuerpo social a las
exigencias de valorización del capital). Con esta propuesta no se trata,
conviene dejarlo claro, de avanzar diseños institucionales acabados ni métodos
concretos de asignación o toma de decisiones, sino de algo mucho más esencial
para el estado actual del debate, como es proponer algunos principios básicos
necesarios para fundamentar un mecanismo de planificación coherente y eficiente
de acuerdo a las posibilidades técnicas del presente. Esto supone, lógicamente,
dejar de lado los problemas del periodo de transición al socialismo,
caracterizado por la supervivencia durante un tiempo indeterminado de
relaciones y prácticas mercantiles, con la intención de explorar las
propiedades y posibilidades formales de la planificación como forma de
organización económica alternativa a la capitalista. La referencia teórica
fundamental para establecer nuestra propuesta es la obra conjunta de Paul Cockshott y Allin Cottrell, los dos
autores que con mayor ambición y rigor han contribuido en las dos últimas
décadas a la actualización del proyecto económico socialista (y no de un
sucedáneo estatista o mercantil), situando los argumentos en favor del
socialismo y la planificación nuevamente a la ofensiva.
Para exponer nuestras ideas dividimos el artículo en tres partes.
En la primera de ellas (apartado 2) repasamos el desarrollo del debate acerca
de la supuesta imposibilidad del cálculo económico en una economía socialista y
señalamos el giro reciente que se ha experimentado con nuevos argumentos a
favor de la planificación en base a los desarrollos técnicos de las últimas
décadas. En la segunda parte (apartado 3) presentamos nuestra propuesta de un
mecanismo de planificación socialista sujeto a dos niveles de control: uno global o
macroeconómico, para fijar democráticamente objetivos generales del desarrollo
económico y social, y otro individual,
al someter el vector de producción final de bienes y servicios a las
preferencias de los consumidores, lo que permite ajustar en tiempo real la
marcha del plan. Finalmente (apartado 4), esbozamos las características
generales de un procedimiento de coordinación iterativa que implique a las
empresas en la elaboración y ejecución del plan a través de un sistema de
incentivos materiales.